sábado, 9 de marzo de 2019

Extraña epidemia de baile

A mediados de julio de 1518 la señora Troffea se paró en mitad de una calle de Estrasburgo y comenzó a bailar. Siguió bailando todo ese día y el siguiente y el de después. No atendía a razones, bailaba y bailaba sin parar. Al final de la semana, otras 34 personas se habían unido a la danza. Cuando acabó el mes, había 400 personas bailando en la ciudad.

La epidemia de baile de Estrasburgo mató cada día a unas 15 personas por infartos, ataques o simple extenuación. Hay decenas de anotaciones médicas, sermones dominicales, crónicas regionales y actas municipales sobre el asunto, pero nadie supo nunca por qué empezaron a bailar, ni por qué no podían parar de hacerlo. Hasta ahora aparecen distintas razones.

La primera explicación era que, en realidad, se trataban de danzas que se practicaban en pleno éxtasis ritual por algún tipo de secta herética. Una explicación que, por otro lado, no se sostiene porque en ninguno de los casos intervino la Inquisición y, de hecho, nunca se les consideró herejes sino, a lo máximo, víctimas de una posesión demoníaca.
También se ha propuesto el ergotismo como solución. El fuego de San Antón era una enfermedad muy extendida en aquella época en la que un hongo, el cornezuelo, infectaba el centeno.
A partir de una sustancia del Cornezuelo se sintetiza el LSD por lo que parece lógico que un brote de ergotismo (una partida de pan en mal estado) pudiera originar este tipo de epidemias. El problema es que las sustancias químicas del cornezuelo podrían causar convulsiones y alucinaciones, pero parece poco probable que puedan hacer que cientos de personas bailen durante días hasta llevarlos a la muere. Existen algunas epidemias relacionadas:
Como la del 30 de enero de 1962, cuando tres niñas empezaron a reír en un pueblo del lago Tanganica. En poco, tiempo 95 niños de la misma escuela reían a carcajadas. Lo hicieron durante 16 días y originaron una epidemia que causó más de mil casos y catorce escuelas cerradas. O  La epidemia de desmayos en Cisjordania de 1983 que acabó con 943 hospitalizaciones sin motivo alguno.
Aún hoy no comprendemos muy bien este tipo de fenómenos de "histeria colectiva" (como los llaman algunos) y seguramente ese es uno de los grandes retos de la medicina y la psicología contemporáneas. Normalmente dedicamos mucho tiempo a hablar de técnicas de edición genética o los retos que presentan las superbacterias, pero nos olvidamos de una parte importante del desarrollo y la investigación biomédica, la medicina y las tecnologías conductuales que nos hablan de lo que somos y de cómo nos comportamos.

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